El ser humano ha vivido el 95% de su historia en pequeñas sociedades paleolíticas que, a priori, parecen utopías anarquistas:
Todos los miembros de una tribu eran iguales.
La propiedad privada casi no existía.
La riqueza se distribuía de forma equitativa.
No fue hasta el descubrimiento de la agricultura que empezó la acumulación de la riqueza y, con ello, la desigualdad y las sociedades jerárquicas.
Esta realidad ha hecho que muchas ideologías consideren que el hombre es bueno por naturaleza. En los últimos años esto se ha transformado en una crítica constante a la “sociedad patriarcal” o al “capitalismo” como el origen de todos los males 1.
Pero la realidad es mucho más compleja.
👉 Es verdad que las sociedades paleolíticas igualitarias fueron esenciales para que el ser humano desarrollara la capacidad de cooperación y tolerancia que nos ha hecho triunfar como especie. Pero también crearon o ampliaron muchos de los males que padecemos hoy en día.
La guerra.
Los miedos e inseguridades infundadas que arrastramos.
La supresión de la diversidad.
La violencia de género.
Y la actitud patológica que tenemos con las redes sociales. 😵
En este artículo exploraremos el origen común de estos problemas tan diversos y veremos que, aun y tener mucho trabajo por hacer, estamos mejor que nunca.
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Todo empezó con la auto-domesticación…
Este artículo es la continuación de:
Donde cuento el proceso que causó que el ser humano desarrollara sociedades “igualitarias”. Te recomiendo que lo leas antes de continuar. Pero si no te apetece no pasa nada. Te hago un resumen:
El ser humano desarrolló una sociedad igualitaria gracias al lenguaje.
Comunicar conceptos complejos permitió a una coalición de machos beta (más cooperativos y menos agresivos) aliarse y eliminar al macho alfa (fuerte y agresivo) y tomar el poder.
La coalición de machos beta, para mantener el poder, tenía que vigilarse mutuamente y eliminar cualquier individuo que mostrara rasgos demasiado agresivos.
Esta eliminación selectiva se realizó durante miles de generaciones y transformó a nuestra especie causando cambios de comportamiento y de aspecto similares a los que vemos entre perros y lobos o cerdos y jabalíes o cualquier otro animal domesticado. Es lo que llamamos la “auto-domesticación”,
La auto-domesticación es la causa que seamos tan cooperativos y que, dentro de nuestros grupos cercanos, mostremos una actitud afable y muy poco agresiva.
Pero este proceso no nos transformó en ángeles.
Seguimos arrastrando muchas lacras que nos causan dolor y sufrimiento. Entender su origen nos ayudará a encontrar soluciones.
Vamos a ver algunas de ellas:
La guerra
En la tribu de los Baktaman, de Nueva Guinea, la violencia dentro la tribu estaba severamente controlada y “se negaba que matar fuera concebible”. Sin embargo, los conflictos territoriales eran tan severos que causaban un tercio de las muertes 2.
El pueblo Yanomamö de Venezuela también mostraban este comportamiento dual. Eran feroces en sus batallas y había una alta tasa de violencia letal. Pero esos mismos individuos tan agresivos tenían vidas familiares “muy tranquilas” y mostraban mucha tolerancia dentro la tribu3.
Estos ejemplos muestran un comportamiento muy común en las sociedades paleolíticas: sus miembros son muy poco agresivos dentro la tribu, pero letales con los “extranjeros”.
Podemos entender esta aparente contradicción si distinguimos dos tipos de agresividad.
El ser humano se ha autoseleccionado para ser cooperativo y tolerante dentro de nuestros grupos cercanos. Esto se ha hecho mediante la supresión de la llamada “agresividad reactiva” que es la respuesta emocional e instintiva ante una amenaza.
Pero también existe la “agresividad proactiva”, que es la capacidad de llevar a cabo actos violentos de forma fría y premeditada y todos sabemos que el ser humano tiene una buena dosis de esta.
Desde un punto de vista evolutivo la agresividad reactiva es muy útil - En un entorno natural con recursos escasos, matar a “los otros” te asegura acceso a la comida y tu comunidad crecerá más.
Una de las características de esta agresividad es que se da en situaciones donde hay una ventaja abrumadora que permite al atacante exterminar al enemigo sin sufrir demasiado daño.
Por ejemplo, los chimpancés, de vez en cuando, hacen incursiones en territorio enemigo y atacan a individuos aislados, pero solo si tienen una ventaja de, al menos, 8 a 1.
Esto también tiene mucho sentido evolutivo: por más beneficioso que sea eliminar a tus competidores, no sirve de nada si tus también mueres en el ataque.
Este comportamiento lo tienen muchos animales salvajes, pero no se observa muy a menudo por una simple razón: Es muy difícil conseguir una ventaja tan abrumadora para que merezca la pena atacar.
Pero en los humanos esto cambió.
El propio proceso de auto-domesticación, que nos hizo tan sociables, también nos dio la habilidad de organizarnos en grandes grupos y de planificar ataques sorpresa. Además, el desarrollo nuevas armas nos hizo mucho más letales.
Es importante recalcar que este tipo de “guerra” es muy distinta a la guerra actual.
Recordemos que nuestros antepasados vivían en sociedades muy igualitarias y nadie, en su sano juicio, se iba a una guerra en la que probablemente moriría.
La “guerra ancestral” se parece más a la lucha entre los Montesco y los Capuleto de Romeo y Julieta, llena de emboscadas, ataques sorpresa por la noche o cualquier artimaña que permitiera eliminar al enemigo sin riesgo… como lo hacen el resto de los animales.
Fue la aparición de estructuras jerárquicas y coercitivas junto con la de “realidades cognitivas” como el nacionalismo (que solo son ciertas en la medida que la gente se las crea) que han permitido que unos generales, desde sus cómodas sillas lejos del frente, manden a los pobres soldados al matadero.
Pero son también estas mismas estructuras de gobierno y estas realidades cognitivas las que pueden ejercer el efecto contrario y atenuar la violencia global.
Por un lado, los gobiernos tienen el monopolio de la violencia y esto hace que esta disminuya mucho dentro de la comunidad.
Por otro lado, cualquier creencia que nos ayude a tener una percepción de comunidad mayor hace que la violencia disminuya.
En las tribus ancestrales los grupos eran de 30 – 50 personas el resto eran enemigos. Hoy en día creamos comunidades de centenares de millones de personas usando conceptos como el europeísmo o pertenecer a una religión4.
👉 El resultado es que ¡Hemos pasado de una tasa de muerte violenta de entre del 3% de la población / año en el paleolítico al 0.0003% o sea 10.000 veces menos!
Hasta me atrevo a sugerir (y esto es mi opinión) que la xenofobia, el racismo o la homofobia son fruto de este sesgo paleolítico tribal de “nosotros contra ellos”.
Las nuevas narrativas que incluyen a todos los seres humanos dentro de una misma tribu serán clave para que disminuya esta forma de violencia.
El terror de no ser aceptado
Los seres humanos jugamos constantemente al juego del prestigio y del estatus.
El prestigio implica la comparación de algún rasgo personal entre dos o más individuos. Su origen está en la convergencia de la aparición del lenguaje y la dictadura de los iguales en las tribus paleolíticas hiper-sociales.
Para entenderlo vamos a imaginar dos escenarios:
Una comunidad aun dominada por un macho alfa fuerte y agresivo - A este macho le importaría un bledo tener prestigio o no. Su poder se basa en su capacidad superior de ejercer violencia. No le hace falta ser amado.
Una comunidad igualitaria, pero sin lenguaje - En ese entorno cometer un acto atroz tendrá repercusiones limitadas, ya que la víctima no podrá comunicarse con nadie más. Esto también aplica al revés: realizar un acto de bondad traerá poco beneficio ya que nadie más que el receptor sabrá lo bueno que eres.
Por contra en un entorno dominado por el chismorreo, donde expresar demasiada agresividad o capacidad física era penalizado severamente, la reputación pasó a ser esencial para la supervivencia y el éxito de los miembros de la tribu. El buen comportamiento era recompensado y ser mala persona implicaba ser desterrado o asesinado5.
Durante miles de generaciones los humanos vivían o morían según lo bien o mal que jugaban al juego de la reputación y nosotros somos los descendientes de los mejores.
Esto ha hecho que hoy en día seamos extremadamente sensibles al juego de estatus y que sobre-reaccionemos ante cualquier señal de exclusión del grupo.
Por ejemplo, se ha visto que cuando que se junta un grupo de desconocidos y uno de ellos es excluido tendrá una reacción emocional adversa a los pocos minutos, aunque sepa que no volverá a ver a esa gente nunca más.
También vemos esta lucha por el estatus en las redes sociales. Recibir un “👍” nos genera un chute de felicidad y si nadie reacciona a nuestro twit nos sentimos mal.
La mala noticia es que es imposible escapar al juego del estatus. Está, literalmente, codificado en nuestros genes.
No puedes escapar de él, pero puedes escoger la partida:
Poder.
Dinero.
Estatus social.
Seguidores en Instagram.
Capacidad física.
Estatus moral.
Conocimiento.
Altruismo.
Tu escoges, pero recuerda que no todos los juegos son iguales y que no puedes jugar a todos a la vez.
El fin de los disidentes
Otro efecto secundario pernicioso de la dictadura de los iguales es el fin del pensamiento crítico y la supresión de la excelencia.
Déjame ejemplificarlo con una historia:
El antropólogo Richard Lee quería dar un gran regalo de Navidad a la banda de cazadores-recolectores Ju/’hoansi que estaba estudiando, por lo que los sorprendió comprando un magnífico buey. Los Ju/’hoansi no tenían dinero y tenían que cazar durante días para conseguir un animal grande. Su respuesta al espléndido regalo de la carne conmocionó a Lee. Los hombres le insultaron. Le dijeron que el buey estaba tan flaco que tendrían que comerse los cuernos.
Finalmente, un anciano llamado Tomazo le explicó lo que estaba pasando: el regalo había hecho que Lee pareciera arrogante. “Cuando un joven mata mucha carne”, dijo Tomazo, “llega a pensar en sí mismo como un jefe o un gran hombre, y piensa en los demás como sus sirvientes o inferiores. No podemos aceptar esto. Rechazamos al que se jacta, porque algún día su orgullo le hará matar a alguien. Así que siempre hablamos de su carne como si no tuviera valor. De esta manera refrescamos su corazón y lo hacemos amable6.
👉 La noción de que dentro de las comunidades humanas las personas se controlan entre sí mediante la vergüenza, el ridículo y el ostracismo es un principio fundamental de la antropología7.
Por suerte hoy en día esta supresión sobre la disidencia ya no es tan abrumadora. A medida que los grupos humanos han crecido también han aparecido nuevos espacios para que la gente pueda expresar opiniones distintas. Pero aun podemos observar el vestigio de esta presión social en muchos comportamientos:
La modestia continúa considerándose una virtud.
En la ciencia, nuevas ideas revolucionarias y bien fundamentadas, son rechazadas por no respetar la tradición o porque quien las propone no forma parte del “grupo de poder”.
Todos tendemos a la conformidad del grupo.
La presión por la uniformidad es uno de los impedimentos más grandes que tenemos para cambiar nuestros hábitos. Nuestro comportamiento es la media de los comportamientos de la gente de nuestro alrededor y, muchas veces, cambiar o tener ideas diferentes implica perder amigos.
Esta es una situación que yo mismo he vivido de forma dolorosa recientemente y no tengo ninguna solución fácil para ofrecerte.
En mi caso cada vez practico más el desacuerdo respetuoso. No pretendo convencer ni ser convencido e intento respetar opiniones muy divergentes a las mías asumiendo que nacen de la misma inquietud para hacer un mundo mejor.
Y con esto entramos en el último punto y el más controvertido.
La violencia de género
El proceso de auto-domesticación que ha sufrido el ser humano fue causado, principalmente, por una coalición de machos. Las mujeres quedaron excluidas del proceso.
Tengamos en cuenta que, en el Pleistoceno, los machos eran más fuertes y robustos que en la actualidad, por lo que hacía muy arriesgado que las hembras se enfrentaran a ellos en una pelea. También parece dudoso que las hembras pudieran contar unas con otras, como pueden hacerlo los bonobos. Una característica común en las tribus de cazadores-recolectores es su organización en estructuras familiares. Los hombres eran importantes como proveedores de alimentos y protectores, y las mujeres competían entre sí para convertirse en las esposas de los mejores maridos. Una hembra podría haber preferido un macho más amable y gentil como pareja. Pero ¿cómo iba a evitar que un macho dominante la coaccionara?
Por lo general, las tribus paleolíticas estaban formadas por entre 5 y 10 familias. La mitad de la población eran niños y algunos adultos no estaban emparejados, ya sea por jóvenes o por viudedad. El igualitarismo característico era principalmente para los hombres cabeza de familia dentro de la tribu. El estatus de las mujeres y los niños era variable, pero pocas veces llegaba a la paridad.
En tribus muy igualitarias como los Ju/’hoansi todos los adultos eran iguales, pero si un hombre golpeaba a una mujer, su castigo era mínimo8.
Se dice que los cazadores-recolectores Hadza de Tanzania son igualitarios, pero si un área tiene pocos árboles para cobijarse, los hombres obtienen la sombra mientras las mujeres se sientan al sol 9.
Los aborígenes australianos utilizaban a sus mujeres como peones políticos. Se podía exigir a las esposas que tuvieran relaciones sexuales con varios hombres en ceremonias especiales. También podían ser prestadas a un hombre de visita, o entregadas sexualmente por un esposo a un hombre con quien se había peleado, para saldar una deuda o hacer las paces.
Pero en realidad no hace falta irse al Paleolítico para ver que la desigualdad entre género está en todos sitios.
En 2005, la OMS realizó un estudio sobre la violencia doméstica. Se preguntó a más de 24.000 mujeres si habían sufrido violencia física por parte de su pareja (incluyendo bofetadas, empujones, puñetazos, patadas, arrastres, golpes, asfixia, quemaduras y uso o amenaza con un arma).
Los resultados son escalofriantes.
En las áreas rurales, un promedio del 41% de las mujeres habían sido agredidas.
En las ciudades, la proporción era ligeramente menor, del 31%.
En países más pobres (cómo Perú, Tanzania o Etiopia) la violencia doméstica se daba en el 50% de los hogares.
En países más desarrollados cómo, Estados Unidos, la tasa bajaba al 24% y en Japón “solo” era del 13%10.
Todos estos datos me hacen pensar que la violencia de género no es un problema de una sociedad o cultura concreta. Es una lacra que arrastramos cómo seres humanos.
Pero también hay una esperanza al final del túnel.
La violencia doméstica tiende a correlacionar muy bien con la riqueza: los grupos más pobres, más marginados y desfavorecidos tienden a tener más violencia doméstica. También correlacionan bien con el equilibrio de poder entre hombres y mujeres.
Estaremos deacuerdo que hoy en día vivimos en la sociedad más rica y donde las mujeres tienen más poder de toda la historia. La señal más clara de esto es que la violencia de género cada vez está menos normalizada.
Esto no quiere decir que todo el trabajo esté hecho. Pero sí que nos dice que vamos en la buena dirección.
Conclusión
En este artículo he querido mostrar cómo muchas de las lacras humanas no son fruto de una cultura actual tóxica sino de las condiciones en las que evolucionamos como especie.
Con esto no pretendo normalizarlas diciendo que son “naturales”.
El concepto de “normal” es si mismo absurdo, ya que solo aplica a la situación que vivimos aquí y ahora (hace apenas 200 años tener esclavos era normal, hoy en día es una aberración).
Lo “natural” para el ser humano es vivir en tribu y va evolucionando a medida que nuestras tribus cambian.
Creo que es importante entender que la guerra, las luchas de poder, el desprecio por lo diferente y hasta la violencia de género están ligados a nuestra condición humana, igual que lo está la bondad, la tolerancia y la cooperación.
Esta “condición humana” surge del entorno social en el que hemos vivido durante centenares de miles de años. Pero este mismo entorno nos ofrece la manera de modular todos estos instintos mediante capas de socialización y de cultura.
👉 El ser humano ha evolucionado en la tribu y es la tribu quien nos define. Es nuestra responsabilidad crear tribus que no propicien comportamientos tóxicos y nos permitan expresar todas las características buenas que nos han hecho triunfar como especie.
Otra opción es volver a la práctica ancestral de cargarnos a todos los machos demasiado agresivos… Pero creo que hoy en día tenemos otras herramientas igual de poderosas y menos drásticas.
Y con esta reflexión tan profunda termina el artículo de hoy.
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El 90% del contenido de este artículo se basa en el libro:
El 10% restante son ideas mías que han surgido de escuchar los podcasts de Sam Harris y de Jordan Peterson.
Aquí sus enlaces:
Nos vemos en unos días.
Para saber más ver la obra “Tabla Rasa” de Steven Pinker https://amzn.to/3zLnhxo.
Chagnon 1997.
Chagnon 1997. & Shermer 2004, pág. 89.
Si te interesa profundizar más en este tema te recomiendo que leas el libro Sapiens de Yuval Noah Harari o si prefieres que te lo cuente un futuro artículo déjame un comentario.
Darwinism and Human Affairs Alexander Richards https://www.amazon.com/Darwinism-Human-Affairs-Richard-Alexander/dp/0295959010
Lee 1969
la teoría fue propuesta por el sociólogo Émile Durkheim en 1902.
Shostak 1981.
Marlowe 2004, pág. 77.
García-Moreno et al. 2005.
Gracias por el trabajazo de escribir estos artículos con un contenido tan interesante.
Muy interesante
Gracias